El siglo XX fue una época en la que la velocidad del cambio a menudo superó nuestra capacidad de comprenderlo. En medio de ese torbellino, algunas figuras surgieron como cometas: brillantes, excéntricas y, en ocasiones, inquietantes. No siempre “grandes” en el sentido clásico, pero sin duda memorables.
Aquí se presentan retratos de personajes que, con gestos, obsesiones e intuiciones fuera de lo común, dejaron una huella indeleble en el imaginario del siglo pasado.
Howard Hughes, el recluso que compraba hoteles (y casinos) para dormir tranquilo
Magnate de la aviación, productor cinematográfico y récord mundial del aire, Hughes fue la definición viviente de la excentricidad. En el otoño de 1966 se instaló en la suite del Desert Inn de Las Vegas: cuando la dirección le pidió que desocupara la habitación, compró todo el hotel-casino y luego emprendió una verdadera campaña de adquisiciones en otros complejos de la Strip, preludio de la era de las grandes corporaciones en el mundo del juego. Su creciente reclusión, su obsesión por la higiene y la gestión remota de su imperio siguen alimentando su mito.
Con el paso de las décadas, aquel universo de luces, mesas verdes y ruidosas máquinas tragamonedas se trasladó poco a poco a Internet, como en el caso de las tragaperras online Casino777, donde la dimensión digital ha reemplazado las salas físicas manteniendo la misma estructura de entretenimiento e interacción.
Salvador Dalí, el hombre que convirtió su vida en una obra de arte
Bigotes puntiagudos como paréntesis barrocos, performances al borde de lo grotesco y pinturas donde el tiempo se derrite como cera: Dalí convirtió su existencia en una extensión del surrealismo.
Su teatralidad era deliberada: el personaje venía antes que el artista, y sus gestos (expulsiones de escuelas de arte, conferencias con traje de buzo, happenings impredecibles) formaban parte de su mensaje estético. Su excentricidad pública contribuyó tanto como sus obras maestras a hacerlo el surrealista más conocido por el gran público.
Victor Lustig, el hombre que “vendió” la Torre Eiffel (dos veces)
Entre los estafadores profesionales, Lustig es una leyenda. En la década de 1920 organizó una farsa perfecta: se hizo pasar por funcionario del gobierno y logró vender la Torre Eiffel a un chatarrero, intentando repetir la hazaña una segunda vez. Su talento radicaba en la escenografía social: papeles oficiales, reuniones en hoteles, manipulación psicológica de las víctimas.
Fue un caso de “ingeniería social” antes de que existiera el término, cuando el engaño era sobre todo teatro.
Ilya Ivanov, el biólogo que persiguió al “monstruo híbrido”
Especialista en inseminación artificial, Ivanov intentó crear un híbrido entre humano y simio mediante experimentos en África Occidental y luego en la URSS. El proyecto, financiado en un clima político-científico obsesionado con el progreso, fracasó; pero dejó una advertencia sobre cómo la ambición de “probar” una teoría puede deslizarse hacia terrenos éticamente peligrosos. La línea entre la investigación visionaria y la hybris, en el siglo XX, fue muchas veces una cuestión de percepción más que de límites formales.
Serge Voronoff, el cirujano de las “glándulas de la juventud”
Entre París y la Riviera francesa, Voronoff se hizo famoso y riquísimo ofreciendo injertos de tejido testicular de mono en hombres como terapia contra el envejecimiento. En los años veinte, la práctica tuvo un éxito clamoroso, impulsada por demostraciones públicas y el eco de los salones; más tarde, la comunidad científica la desacreditó y la moda desapareció, dejando tras de sí cócteles, caricaturas y abundante literatura crítica. Su caso revela cómo el deseo de eterna juventud es más un impulso cultural que un logro médico.
Grigori Rasputín, el santo laico de la corte imperial
Sanador carismático, consejero detestado por los nobles y protagonista de un asesinato convertido en leyenda, Rasputín encarna lo irracional que sobrevivió a las puertas de la modernidad. Su muerte —veneno, disparos, las aguas heladas del Neva— ha sido narrada mil veces, alimentando un mito oscuro que aún hoy difumina la frontera entre historia y relato.
Andy Kaufman, el troll antes de Internet
Comediante y performer, Kaufman jugó sistemáticamente con el pacto de realidad: personajes ficticios tratados como reales, rituales de incomodidad, combates de lucha libre escenificados como arte conceptual. Más que hacer reír, buscaba descolocar al público; un precursor del metalenguaje cómico que el nuevo siglo multiplicaría.




