Alejandra Pizarnik fue una poetisa argentina nacida en Avellaneda, un suburbio de la Provincia de Buenos Aires. Creció en el seno de una familia ruso-judía envuelta el doloroso torbellino emocional de la inmigración y de un Holocausto que no admitía el cese de la huida. Ya de niña se imponía con su originalidad de pelo corto y estilo alternativo, atrayendo hacia sí unos altos niveles de desaprobación. Como consecuencia muchas de las más reconocidas frases de Alejandra Pizarnik tienen la infancia como bandera.

Su enfermedad asmática y su tendencia a la tartamudez fueron algunos de los detonantes de su temprana afición a la escritura. Tal como lo expresó en una carta a Silvina Ocampo, mujer por la cual sentía un amor profundo e incondicional: Cuando yo tenía 6 años me pasaba la vida escribiéndoles a los Reyes Magos –no sólo en su día sino en cualquier otro- pidiéndoles una lapicera que supiese sumar, restar y dividir sola; ella dirigiría mi mano derecha mientras la izquierda, debajo del pupitre, da vuelta las páginas del libro de cuentos que leo mientras la lapicera se las arregla mágicamente para hacer de mí el genio de las matemáticas.

Desde entonces, continuó escribiendo ininterrumpidamente como medio para sublimar, para exorcizar el dolor, para comunicar, para acallar (a través de las palabras) su obsesión con la muerte y con la locura.

Estudió filosofía y periodismo en la Universidad de Buenos Aires, pero ninguna de las dos terminó por capturar su interés, conduciéndola al abandono de sus estudios. Posteriormente, se entregó a la formación artística con Batlle Planas, un pintor surrealista que pondría el sello del movimiento en sus escritos subsiguientes. Con motivo de buscar su entusiasmo, Alejandra se mudó a París, donde vivió desde 1969 hasta 1964. Allí se dedicó a la traducción y se consolidó como crítica literaria, trabajando para varias revistas de prestigio. A su vez, entabló una amistad de gran magnitud con Julio Cortázar y Octavio Paz, con quienes mantendría una estrecha relación por correspondencia de regreso en Buenos Aires.

Un severo cuadro depresivo e intentos de suicidio la llevaron a los interiores de un centro psiquiátrico, donde pasó varios meses internada. El 25 de septiembre de 1972, con 36 años y habiendo conseguido permiso para regresar a su casa durante el fin de semana, Alejandra se quitó la vida con una sobredosis de seconal sódico.

Con motivo de rendirle homenaje, Frases de la Vida tiene para ti una selección de frases de Alejandra Pizarnik. Una autora sin precedentes que marcó para siempre la historia de la literatura. ¡Acompáñanos!

80 frases de Alejandra Pizarnik, la gran poetisa argentina

1. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.

Alejandra Pizarnik utilizó la escritura como válvula de escape, como medio para subsanar la herida de la cual nos habla y que sería inherente a la condición humana. Sólo que, quizás, existieron en ella una herida y un anhelo de luz en suma demandantes.

2. Ha tornado el viejo terror: haber hablado nada con nadie.

Para escribir había muchos motivos, pero uno de ellos fue la guerra personal contra el silencio; salir del vacío y no quedarse sola, sino con un cuaderno, unas palabras y un lector al otro lado de su sufrimiento.

3. Entre tanto, la muerte cerró los ojos, y tuvieron que reconocer que dormida quedaba hermosa.

La muerte es una de las más recurrentes temáticas dentro de las frases de Alejandra Pizarnik. Sus poemas mantienen una fuerte tensión con la falta de palabras que la muerte propone. Y Alejandra siempre quiso poner palabras, incluso donde no las había. Este concepto es ampliamente abordado dentro de la teoría psicoanalítica y enmarcado en la escuela francesa de Jacques Lacan.

4. Y yo me cubro, yo me envuelvo, me mezo en mi nostalgia preferida, me abrazo a la almohada y lloro, me avergüenzo de mi edad y no comprendo por qué, tan de repente, ya no soy una niña.

Esta es una de las frases de Alejandra Pizarnik que pone de manifiesto su apego a los complejos: su edad, su peso, su estilo. Sus escritos bailan sobre un tono feminista bien marcado, que reclama por la voz de las oprimidas, por el derecho a existir por fuera de aquel molde que la sociedad impone a niñas y mujeres.

5. Voy a romper el hechizo. Voy a escribir como llora un niño, es decir: no llora porque esté triste sino que llora para informar, tranquilamente.

La escritura era para Alejandra lo que podríamos considerar su principal medio de expresión. La angustia vital era transformada en versos que intentaban no sólo «romper el hechizo», sino también comunicar a los demás su pesado sentir. Y ello es aplicable tanto a sus escritos como a las cartas que enviaba a sus amigos, cargadas de exquisitos rasgos poéticos.

6. La vida nos ha olvidado y lo malo es que uno no muere de eso.

Muchas frases de Alejandra Pizarnik nos hablan del aislamiento del cual se sentía parte. Puede que su historia de inmigración familiar diera pié a estas sensaciones, pero lo cierto es que la autora siempre se percibió separada del resto de las cosas y alejada de las posibilidades de pertenecer a algo, o a alguien.

7. El que me ama aleja a mis dobles.

La autora argentina se decía desdoblada. Poseía dentro de sí numerosas «Alejandras», sus gemelas muertas: Alejandras pasadas y Alejandras del presente. Sobre ellas recaen tanto lamentos como triunfos.

8. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver.

El miedo a la muerte acompañó a Alejandra durante la mayor parte de su vida, temor que se deja entrever en sus líneas. Las profundidades de su desesperación se inscribieron dentro de sus libros y cartas más íntimas, y se alejaron de su vida social, donde procuraba callar y proveer de chistes y comentarios coloridos a «99 de cada 100 personas», según sus palabras.

9. Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo.

Siempre se sintió atrapada dentro de sí misma, pero lo cierto es que este mundo colmado de prejuicios tampoco contribuyó a cambiar su perspectiva. Las frases de Alejandra Pizarnik se constituyen como potentes evidencias de la exclusión y del sinsentido que la acompañaron. Ella se balanceó sobre un mundo que (aun sin sentido) no paró de girar sobre su eje.

10. Sylvette, sos la única. Pero es necesario decirlo: nunca encontrarás a nadie como yo. Y eso lo sabés (todo). Y ahora estoy llorando. Sylvette, curame, ayudame, no es posible ser tamaña supliciada, Sylvette, curame, no hagas que tenga que morir, ya…

Más frases de Alejandra Pizarnik

11. Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.

12. Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo? Deseaba un silencio perfecto. Por eso hablo.

13. Recibe este rostro mío, mudo, mendigo. Recibe este amor que te pido. Recibe lo que hay en mí que eres tú.

14. Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.

15. Nada más intenso que el terror de perder la identidad.

16. ¿Cómo no me extraigo las venas y hago con ellas una escala para huir al otro lado de la noche?

17. ¡Tanta vida Señor!/ ¿Para qué tanta vida?

18. Buscar. No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.

19. El principio ha dado a luz el final. Todo continuará igual. Las sonrisas gastadas, el interés interesado, las preguntas de piedra en piedra, las gesticulaciones que remedan amor. Todo continuará igual, pero mis brazos insisten en abrazar al mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde.

20. Lo malo de la vida es que no es lo que creemos pero tampoco lo contrario.

21. Tú eliges el lugar de la herida en donde hablamos nuestro silencio. Tú haces de mi vida esta ceremonia demasiado pura.

22. Mi persona está herida/ mi primera persona del singular.

23. Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.

24. No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.

25. Al negro sol del silencio las palabras se doraban.

26. Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.

27. Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.

28. Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.

29. Una es de otra parte,/ ellos se casan,/ procrean,/ veranean,/ tienen horarios,/ no se asustan por la tenebrosa/ ambigüedad del lenguaje.

30. ¿Y quién no posee un fuego, una muerte,/ un miedo, algo horrible,/ aunque fuere con plumas,/ aunque fuere con sonrisas?

31. La poesía no es una carrera; es un destino.

32. Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.

33. Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.

34. Y le dije: por favor, no me hagas daño, por favor, no te rías de mi amor. Y luego le dije: por favor, acéptame como alguien cuya sola alegría es tu existencia en este lugar miserable.

35. Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana. Las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón.

36. La soledad es no poder decirla.

37. La noche tiene la forma de un grito de lobo.

38. Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.

39. Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos. 

40. No quiero ir nada más que hasta el fondo.

41. En vez de dos ojos salió una sonrisa de desprecio. La que esperabas, sin duda. Pero como era demasiado insoportable revelarte que buscabas la desdicha pura te entregaste falsamente a lo que no buscabas. 

42. Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.

43. La jaula se ha vuelto pájaro y ha devorado mis esperanzas.

44. Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.

45. Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.

46. Toda la noche espero que mi lenguaje logre configurarme.

47. La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante.

48. Ninguna dificultad se compara a la de explicar pacientemente a un a persona mediocre la razón de nuestro desencasillamiento. De nuestro disconformismo. De nuestra INMORALIDAD.

49. Hay cicatrices que se rebelan para volver a su condición primera: heridas. Y su frenesí no se conforma tampoco con retroceder un ciclo: quieren el acto nuevamente.

50. Lo que pasa con el alma es que no se ve/ lo que pasa con la mente es que no se ve/ lo que pasa con el espíritu es que no se ve/ ¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?/ ninguna palabra es visible.

51. Inútil explicar mis silencios. En el fondo de mí hay siempre una espera primitiva de un cambio mágico.

52. Señor La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado y mi corazón está loco porque aúlla a la muerte y sonríe detrás del viento a mis delirios.

53. Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo. Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones queman palomas en mis ideas.

54. ¿Querés más injusticia que vos y yo hablando día y noche del suicidio? -Pero nosotras somos intelectuales.

55. Sensación de estar perdiendo mucha sangre por alguna herida que no ubico.

56. No [poder] querer más vivir sin saber qué vive en lugar mío ni escribir si para herirme la vida toma formas tan extrañas.

57. La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.

58. Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.

59. ¿Cómo no me suicido frente a un espejo/ y desaparezco para reaparecer en el mar/ donde un gran barco esperaría/ con las luces encendidas?

60. ¿Sabés lo que se siente al querer retener a quien quiere irse?

61. La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.

62. Enamorarse a solas es enamorarse del silencio, un silencio con humo y espejos. El amor, si es algo, es dos que se miran. 

63. ¿no te da miedo la locura? —¡Por favor! Es lo único maravilloso en esta sucia vida de mierda.

64. Cierra las puertas de tu rostro para que no digan luego que aquella mujer enamorada fuiste tú.

65. La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión ganarse la vida como sinónimo de trabajar. En dónde está ese idiota.

66. Es el instante de poner cerrojo a los labios, oír a los condenados, gritar, contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada.

67. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. 

68. Aunque ser mujer no me impide escribir, creo que vale la pena partir de una lucidez exasperada. De este modo, afirmo que haber nacido mujer es una desgracia, como lo es ser judío, ser pobre, ser negro, ser homosexual, ser poeta, ser argentino, etc. Claro es que lo importante es aquello que hacemos con nuestras desgracias.

69. Tú has intentado crear su mirada en tu mágico laboratorio poético. No quejarse si estás quemada y dolorida.

70. Y yo sola con mis voces, y tú tanto estás del otro lado que te confundo conmigo.

71. Las palabras/ no hacen el amor/ hacen la ausencia/ si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?

72. Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan.

73. Yo no se de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas.

74. Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste. 

75. Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.

76. Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.

77. Señor, El aire me castiga el ser. Detrás del aire hay monstruos que beben de mi sangre. Es el desastre. Es la hora del vacío no vacío. 

78. Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos.

79. Señor, La jaula se ha vuelto pájaro Qué haré con el miedo.

80. …como sólo puedo amar yo: con una desesperación sin límites, sin esperanza, suicidamente, dementemente, estérilmente. Como quien sueña que tiene hambre y se despierta y llora de sed como quien sueña que tiene sed y se despierta y llora de hambre.

Días antes de su suicidio Alejandra le escribió una carta de amor a Silvina Ocampo, escritora argentina y esposa de Adolfo Bioy Casares. En ella manifestó tanto su incondicional admiración como sus deseos de besarla, de permanecer juntas en la cama con «Sylvette» recitando sus poemas; desde su depresión declaraba sus ansias de ser rescatada. Para aquel entonces, Silvina tenía 70 años y Alejandra 36.

Con esta confesión de amor termina nuestro artículo de frases de Alejandra Pizarnik. ¿Cual ha sido tu favorita? ¡Escríbenos y cuéntanos tus impresiones! Nos encantará leerte. ¡Hasta la próxima!