A lo largo del tiempo la cultura humana ha producido numerosas obras artísticas que han despertado lo mejor de cada uno nosotros. Obras que pertenecen a su tiempo, pero que lo transcienden, que saben ir más allá, llegar hasta lo profundo del alma, del ser, de la vida. Son esas obras las que han hecho del arte una de las actividades imprescindibles del hombre, y entre estas podemos contar, sin ninguna duda, la gran novela de Dostoievski: Crimen y Castigo. Aunque en ocasiones rivalice con Los Hermanos Karamazov, otra de las grandes obras de este autor, Crimen y Castigo ha pasado a la historia como una de las más grandes novelas rusas de su época e, incluso, de épocas posteriores. Es por eso que en Frases de la Vida hemos querido dedicar este artículo a algunas frases de Crimen y Castigo, para rememorar y revivir esta gran obra.
Fiodor Dostoievski, también escrito en ocasiones como Dostoyeski, ha pasado a la posteridad como uno de los titanes más importantes de la literatura rusa y, entre sus obras, Crimen y Castigo se ha convertido en una de las más leídas y estudiadas por literatos y fanáticos de los clásicos. Sin lugar a dudas, Dostoievski fue uno de los escritores más polémicos de su época. Ello podría atribuirse tanto a las marcadas posiciones políticas que se asoman a través de lo escrito, como a su particular estilo literario: seco y áspero, aunque atrapante y sumamente atractivo por sus frases largas y sus juegos con ritmos y cadencias cuidadas. En la actualidad es considerado uno de los escritores rusos de mayor envergadura, y es este el motivo por el cual que sus libros siguen leyéndose una y otra vez; la literatura de Dostoievski no desfallece, no tiene tiempo ni lugar, y siempre estará presente.
¡Acompáñanos a conocer estas frases de Crimen y Castigo!
Las mejores frases de Crimen y Castigo: la joya de la literatura rusa
1. Y ahora sé que quien es dueño de su voluntad y posee una inteligencia poderosa consigue fácilmente imponerse a los demás hombres; que el más osado es el que más razón tiene a los ojos ajenos; que quien desafía a los hombres y los desprecia conquista su respeto y llega a ser su legislador. Esto es lo que siempre se ha visto y siempre se verá. Hay que estar ciego para no advertirlo.
2. ¿Y si el hombre no es un ser miserable, o, por lo menos, todos los hombres? Entonces habría que admitir que nos dominan los prejuicios, los temores vanos, y que uno de debe detenerse ante nada y ante nadie. ¡Obrar: es lo que hay que hacer!
3. No hay nada en el mundo más difícil de mantener que la franqueza y nada más cómodo que la adulación.
4. Vivir, vivir sea como fuere. El caso es vivir… y añadió al cabo de un momento: el hombre es cobarde, y cobarde el que le reprocha esta cobardía.
5. Así como cien conejos no hacen un caballo, cien presunciones no constituyen una prueba, dice el proverbio inglés.
6. Los vecinos se marcharon uno tras otro con ese extraño sentimiento de íntima satisfacción que ni siquiera el hombre más compasivo puede menos de experimentar ante la desgracia ajena, incluso cuando la víctima es un amigo estimado.
7. Es chocante que lo que más temor inspira a los hombres sea aquello que les aparta de sus costumbres.
8. Sí, el hombre lo tiene todo al alcance de la mano, y, como buen holgazán, deja que todo pase ante sus misma narices. Esto ya es un axioma.
9. Para conocer a una persona, hay que verla y observarla atentamente durante mucho tiempo, so pena de dejarte llevar de prejuicios y cometer errores que después no se reparan fácilmente.
10. Mi opinión es que los hombres pueden dividirse, en general y de acuerdo con el orden de la misma naturaleza, en dos categorías: una inferior, la de los individuos ordinarios, es decir, el rebaño cuya única misión es reproducir seres semejantes a ellos, y otra superior, la de los verdaderos hombres, que se complacen en dejar oír en su medio palabras nuevas.
11. Era uno de esos innumerables pobres hombres, de esos testarudos ignorantes que se apasionan por cualquier tendencia de moda, para envilecerla y desacreditarla en seguida. Estos individuos ponen en ridículo todas las causas, aunque a veces se entregan a ellas con la mayor sinceridad.
12. Yo me digo a veces que si me casase, si me uniese a una mujer, legal o libremente, que eso poco importa, y pasara el tiempo sin que mi mujer tuviera un amante, se lo llevaría yo mismo y le diría: «Amiga mía, te amo de veras, pero lo que más me importa es merecer tu estimación».
13. Comprendí que esperar a que todo el mundo fuera inteligente suponía una gran pérdida de tiempo. Y después me convencí de que este momento no llegaría nunca, que los hombres no podían cambiar, que no estaba en manos de nadie hacerlos de otro modo. Intentarlo habría sido perder el tiempo.
14. En Petersburgo hay mucha gente que va hablando sola por la calle. Uno se encuentra a cada paso con personas que están medio locas. No hay ningún otro lugar donde el alma humana se vea sometida a influencias tan sombrías y extrañas.
15. No creas que lloro: estas lágrimas son de alegría. Te aseguro que no estoy triste, sino muy contenta, y cuando lo estoy no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Desde la muerte de tu padre, las derramo por cualquier cosa.
16. Mortalmente pálida, se puso en pie de un salto y le miró, temblorosa. Pero al punto lo comprendió todo y una felicidad infinita centelleó en sus ojos. Sonia se dio cuenta de que Rodia la amaba: sí, no cabía duda. La amaba con amor infinito. El instante tan largamente esperado había llegado.
17. Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos.
18. Para huir de este deshonor estaba dispuesto a arrojarme al río, pero en el momento en que iba a hacerlo me dije que siempre me había considerado como un hombre fuerte y que un hombre fuerte no debe temer a la vergüenza.
19. ¿Que quién es el asesino? Exclamó como no pudiendo dar crédito a sus oídos. ¡Usted, Rodion Romanovitch! Y añadió en voz baja y en un tono de profunda convicción: Usted es el asesino.
20. Acababa de acordarse de estas palabras de Sonia: « Ve a la primera esquina, saluda a la gente, besa la tierra que has mancillado con tu crimen y di en voz alta, para que todo el mundo te oiga: «¡Soy un asesino!»».
21. La ciencia me ordena amar a mi propia persona más que a nada en el mundo, ya que aquí abajo todo descansa en el interés personal. Si te amas a ti mismo, harás buenos negocios y conservarás tu capa entera.
22. ¡Oh en casos semejantes (de extrema pobreza o necesidad) violentamos hasta nuestro sentimiento moral; comerciamos con nuestra libertad, con nuestra vida, con nuestra conciencia, con todo, con todo! ¡Perezca nuestra vida, con tal que sean felices las personas a quiénes amamos! Y más aún aceptamos la sutil enseñanza de los jesuitas, transigimos con nuestros escrúpulos, llegamos a persuadirnos de que es necesario obrar como obramos, de que la excelencia del fin justifica nuestra conducta.
23. Lo fuerte del caso era que, hasta el último momento, Piotr Petrovich no había esperado en manera alguna semejante desenlace. No había cesado ni un momento de presumir, no pudiendo admitir ni siquiera la posibilidad de que aquellas dos mujeres pobres e indefensas se le pudiesen escapar de las garras. Esta convicción se apoyaba principalmente en la presunción y en aquel grado de confianza en sí mismo que mejor sería llamarlo enamoramiento de sí. Piotr Petrovich, que había salido de la nada, se había abierto camino a empellones, estaba acostumbrado a admirarse, tenía una idea muy elevada de su talento y de sus capacidades, y, a veces, cuando se encontraba a solas, se colocaba ante el espejo para contemplar su figura y extasiarse ante ella.
24. Era su orgullo lo que sentía cruelmente herido. Raskolnikov estaba enfermo de aquella herida. ¡Oh, cuán feliz habría sido pudiendo acusarse a sí mismo! Entonces lo habría soportado todo, hasta la vergüenza y el deshonor. Pero por muy severamente que se examinara, su conciencia endurecida no encontraba en su pasado ninguna falta espantosa; únicamente se reprochaba el haber “fracasado”, cosa que podía ocurrirle a cualquiera. Lo que le humillaba era el verse estúpidamente perdido sin remedio por una sentencia del ciego destino y tener que someterse y resignarse a lo absurdo de aquella sentencia si quería encontrar alguna tranquilidad.
25. ¿Le aflige acaso el verse sumergido por mucho tiempo en la oscuridad? Pues de usted depende que esa oscuridad no sea eterna.
26. ¡Oh Sonia! ‑me dijo‑. ¡Regálamelos!» Me lo dijo con voz suplicante… ¿En qué vestido los habría puesto…? Y es que le recordaban los tiempos felices de su juventud. Se miraba en el espejo y se admiraba a sí misma. ¡Hace tanto tiempo que no tiene vestidos ni nada…! Nunca pide nada a nadie. Tiene mucho orgullo y prefiere dar lo que tiene, por poco que sea.
27. Los sueños de un hombre enfermo suelen tener una nitidez extraordinaria y se asemejan a la realidad hasta confundirse con ella.
28. Ella cree firmemente en lo que dice, cree en todas sus fantasías. ¿Quién se atreve a contradecirla? Hoy se ha pasado el día lavando, fregando, remendando la ropa, y, como está tan débil, al fin ha caído rendida en la cama. Esta mañana hemos salido a comprar calzado para Lena y Poletchka, pues el que llevan está destrozado, pero no teníamos bastante dinero: necesitábamos mucho más. ¡Eran tan bonitos los zapatos que quería…! Porque tiene mucho gusto, ¿sabe…? Y se ha echado a llorar en plena tienda, delante de los dependientes, al ver que faltaba dinero… ¡Qué pena da ver estas cosas!
29. Los hombres de la primera categoría son dueños del presente; los de la segunda del porvenir. La primera conserva el mundo, multiplicando a la humanidad; la segunda empuja al universo para conducirlo hacia sus fines. Las dos tienen su razón de existir. En una palabra, yo creo que todos tienen los mismos derechos.
30. Es verdaderamente extraño y curioso que yo no haya odiado jamás seriamente a na die, que no haya tenido el deseo de vengarme de nadie. Esto es mala señal…
31. Comprendió que ella era de la misma opinión. Sin duda, en su desesperación, había pensado más de una vez en poner término a su vida. Y tan resueltamente habia pensado en ello, que no le había causado la menor extrañeza el consejo de Raskolnikof. No había advertido la crueldad de sus palabras, del mismo modo que no había captado el sentido de sus reproches. Él se dio cuenta de todo ello y comprendió perfectamente hasta qué punto la habría torturado el sentimiento de su deshonor, de su situación infamante. ¿Qué sería lo que le había impedido poner fin a su vida? Y, al hacerse esta pregunta, Raskolnikof comprendió lo que significaban para ella aquellos pobres niños y aquella desdichada Catalina Ivanovna, tísica, medio loca y que golpeaba las paredes con la cabeza.
32. Todo el mundo lo ha visto. Y es que un hombre borracho no ve nada: esto lo sabemos todos.
33. La conversación que acababa de oír le había parecido tan interesante, que había llevado allí aquella silla, pensando que la próxima vez, al día siguiente, por ejemplo, podría escuchar con toda comodidad, sin que turbara su satisfacción la molestia de permanecer de pie media hora.
34. Sólo tiene tres soluciones ‑siguió pensando Raskolnikof‑: arrojarse al canal, terminar en un manicomio o lanzarse al libertinaje que embrutece el espíritu y petrifica el corazón.
35. ¿Qué era lo que la sostenía? No el vicio, pues toda aquella ignominia sólo había manchado su cuerpo: ni la menor sombra de ella había llegado a su corazón. Esto se veía perfectamente; se leía en su rostro.
36. Sí, fui mala… Yo había ido a verlos ‑continuó llorando‑, y mi pobre padre me dijo: «Léeme un poco, Sonia. Aquí está el libro.» El dueño de la obra era Andrés Simonovitch Lebeziatnikof, que vive en la misma casa y nos presta muchas veces libros de esos que hacen reír. Yo le contesté: «No puedo leer porque tengo que marcharme…
37. Parece que no se ha vuelto loca, pero ¿quién puede asegurar que esto no es simple apariencia? ¿Puede estar en su juicio? ¿Puede una persona hablar como habla ella sin estar loca? ¿Puede una mujer conservar la calma sabiendo que va a su perdición, y asomarse a ese abismo pestilente sin hacer caso cuando se habla del peligro? ¿No esperará un milagro…? Sí, seguramente. Y todo esto, ¿no son pruebas de enajenación mental?
38. Sí, era lo que él había sospechado. La joven temblaba febrilmente, como él había previsto. Se acercaba al momento del milagro y un sentimiento de triunfo se había apoderado de ella. Su voz había cobrado una sonoridad metálica y una firmeza nacida de aquella alegría y de aquella sensación de triunfo. Las líneas se entremezclaban ante sus velados ojos, pero ella podía seguir leyendo porque se dejaba llevar de su corazón. Al leer el último versículo ‑« El que abrió los ojos al ciego…»‑, Sonia bajó la voz para expresar con apasionado acento la duda, la reprobación y los reproches de aquellos ciegos judíos que un momento después iban a caer de rodillas, como fulminados por el rayo, y a creer, mientras prorrumpían en sollozos… Y él, él que tampoco creía, él que también estaba ciego, comprendería y creería igualmente… Y esto iba a suceder muy pronto, en seguida… Así soñaba Sonia, y temblaba en la gozosa espera.
39. Depositó la vela sobre la mesa y se detuvo ante él, desconcertada, presa de extraordinaria agitación. Aquella visita inesperada le causaba una especie de terror. De pronto, una oleada de sangre le subió al pálido rostro y de sus ojos brotaron lágrimas. Experimentaba una confusión extrema y una gran vergüenza en la que había cierta dulzura. Raskolnikof se volvió rápidamente y se sentó en una silla ante la mesa. Luego paseó su mirada por la habitación
40. Al hablar así, yo no pensaba en tu deshonra ni en tus faltas, sino en tu horrible martirio. Sin duda ‑continuó ardientemente‑, eres una gran pecadora, sobre todo por haberte inmolado inútilmente. Ciertamente, eres muy desgraciada. ¡Vivir en el cieno y saber (porque tú lo sabes: basta mirarte para comprenderlo) que no te sirve para nada, que no puedes salvar a nadie con tu sacrificio…! Y ahora dime ‑añadió, iracundo‑: ¿Cómo es posible que tanta ignominia, tanta bajeza, se compaginen en ti con otros sentimientos tan opuestos, tan sagrados? Sería preferible arrojarse al agua de cabeza y terminar de una vez.
41. Entonces me convencí (…), de que sólo posee el poder aquel que se inclina para recogerlo. Está al alcance de todos y basta atreverse a tomarlo.
42. ¿Qué importan las palabras si expresan nuestro pensamiento?
43. Son muy pocos, poquísimos, los hombres capaces de encontrar una idea nueva e incluso de decir algo nuevo.
44. Sólo se vive una vez, y yo no quiero esperar esa felicidad universal. Ante todo, quiero vivir. Si no sintiese este deseo, sería preferible no tener vida.
45. El sufrimiento y el dolor van necesariamente unidos a un gran corazón y a una elevada inteligencia.
46. Experimentaba una sensación extraña, casi enfermiza, mientras contemplaba aquella carita pálida, enjuta, de facciones irregulares y angulosas; aquellos ojos azules capaces de emitir verdaderas llamaradas y de expresar una pasión tan austera y vehemente; aquel cuerpecillo que temblaba de indignación. Todo esto le parecía cada vez más extraño, más ajeno a la realidad.
47. Cuando fracasan, incluso los mejores proyectos parecen estúpidos.
48. El alma y el pensamiento se ahogan en las habitaciones bajas y estrechas.
49. A la Naturaleza se la corrige, se la dirige. De lo contrario, los prejuicios nos aplastarían.
50. ¡Feliz el hombre que no tiene nada que guardar bajo llave!
51. No es mi inteligencia la que me ayuda, sino el diablo, se dijo con una sonrisa extraña. Esta felizcasualidad le enardeció extraordinariamente.
52. Si me necesitases para algo, aunque tu necesidad supusiera el sacrificio de mi vida, no dejes de llamarme. Vendría inmediatamente.
53. En la pobreza, uno conserva la nobleza de sus sentimientos innatos; en la indigencia, nadie puede conservar nada noble.
54. La malicia está cosida con hilo blanco.
55. Todos los hombres necesitan saber adónde ir, ¿no? Pues siempre llega un momento en que uno siente la necesidad de ir a alguna parte, a cualquier parte.
56. Por otra parte, parecía más joven de lo que era, como suele ocurrir a las mujeres que saben conservar hasta las proximidades de la vejez un alma pura, un espíritu lúcido y un corazón inocente y lleno de ternura.
57. ¡Si usted supiera lo que ha llorado hoy! Está trastornada, ¿no lo ha notado usted? Sí, puede usted creerme: tan pronto se inquieta como una niña, pensando en cómo se las arreglará para que mañana no falte nada en la comida de funerales, como empieza a retorcerse las manos, a llorar, a escupir sangre, a dar cabezadas contra la pared. Después se calma de nuevo. Confía mucho en usted. Dice que, gracias a su apoyo, se procurará un poco de dinero y volverá a su tierra natal conmigo. Se propone fundar un pensionado para muchachas nobles y confiarme a mí la inspección. Está persuadida de que nos espera una vida nueva y maravillosa, y me besa, me abraza, me consuela.
58. Nos imaginamos la eternidad (…) Como algo inmenso e inconcebible. Pero ¿Por qué ha de ser así necesariamente? ¿Y si, en vez de esto, fuera un cuchitril, uno de esos cuartos de baño lugareños, ennegrecidos por el humo y con telas de araña en todos los rincones? Le confieso que así me la imagino yo a veces.
59. La realidad y la naturaleza, señor mío, son cosas importantísimas y que reducen a veces a la nada el cálculo más ingenioso.
60. Un yugo de veinte años ha de terminar por destrozar a un hombre. La gota de agua horada la piedra.
Sin duda, estas frases de Crimen y Castigo se sumergen en lo más profundo del ser humano, y es que de esto precisamente trata el arte, de esas encrucijadas que todos atravesamos, en menor o mayor medida, a lo largo de la vida, y es eso precisamente lo que hace de este libro una obra de primer orden, no sólo dentro de la literatura rusa, sino de la literatura en sentido amplio. ¿Ya has tenido la oportunidad de leer este gran libro? Si no es así, entonces te recomendamos que lo hagas, ¡no te arrepentirás! Y si ya lo has hecho, entonces, ¿por qué no releerlo? Después de todo, puede que el libro sea el mismo, pero seguramente tú habrás cambiado.
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