Hay novelas que marcan un hito, un antes y un después, obras literarias majestuosas que acaban tocando algo muy profundo en nosotros, aquello que considerábamos inamovible y que un día, sin más, con el puro pasar de las palabras, con una o dos frases bien resueltas, se modifica artísticamente. Es ese el efecto de las grandes obras literarias, así como del arte, la música, la pintura, la poesía; el efecto de un paisaje formulado, de una brisa que resopla y que nos roza de repente. Es el caso, también, de El amor en los tiempos del Cólera, una de las mejores novelas de Gabriel García Márquez, quizá sólo superada por su obra maestra, Cien años de soledad. En Frases de la Vida hemos querido dedicarle este artículo a esa gran obra, y a revivir, a través de las frases de El amor en los tiempos del cólera, esta hermosa novela.
Si bien Cien Años de Soledad es considerada la obra maestra de Gabriel García Márquez y la mayor representante del realismo mágico, ya sea por su desarrollo, por sus hermosos personajes o por la elaborada construcción de la historia, El amor en los tiempos del cólera no se queda atrás y es, sin lugar a dudas, la gran novela de amor del autor colombiano. Una historia transcurrida, como la mayoría del autor, en un pequeño pueblo, que en este caso se encuentra asediado por el cólera, la peor enfermedad de la época. En su seno, una historia de amor que se desarrolla, que va creciendo, un amor muchas veces impotente y otras tantas irreprimible, que en medio de la tragedia y de la desidia que la enfermedad arrastra consigo, va creciendo y cobrando poder. ¿Te gustaría leer esta gran novela? Acompáñanos en este recorrido a través de las mejores frases de El amor en los tiempos del cólera.
Las mejores frases de El amor en los tiempos del cólera
1. Y la miró por última vez para siempre jamás con los ojos más luminosos, más tristes y más agradecidos que ella no le vio nunca en medio siglo de vida en común, y alcanzó a decirle con el último aliento: —Sólo Dios sabe cuánto te quise.
2. Empezaron a verse con menos frecuencia a medida que ella ensanchaba sus dominios, y a medida que él exploraba los suyos tratando de encontrar alivio a sus viejas dolencias en otros corazones desperdigados, y por fin se olvidaron sin dolor.
3. Interrumpía a cualquier hora lo que estuviera haciendo para buscarla por los rumbos inciertos de sus presagios, en las calles menos pensadas, en sitios irreales donde era imposible que estuviera, vagando sin sentido con unas ansias del pecho que no le daban tregua mientras no la veía siquiera un instante.
4. El cólera se le convirtió en una obsesión. No sabía de él mucho más de lo aprendido de rutina en algún curso marginal, y le había parecido inverosímil que sólo treinta años antes hubiera causado en Francia, inclusive en París, más de ciento cuarenta mil muertos.
5. Fue el año del enamoramiento encarnizado. Ni el uno ni el otro tenían vida para nada distinto de pensar en el otro, para soñar con el otro, para esperar las cartas con tanta ansiedad como las contestaban. Nunca en aquella primavera de delirio, ni en el año siguiente, tuvieron ocasión de comunicarse de viva voz. Más aún: desde que se vieron por primera vez hasta que él le reiteró su determinación medio siglo más tarde, no habían tenido nunca una oportunidad de verse a solas ni de hablar de su amor. Pero en los primeros tres meses no pasó un sólo día sin que se escribieran, y en cierta época hasta dos veces diarias.
6. Por pura experiencia, aunque sin fundamento científico, el doctor Juvenal Urbino sabía que la mayoría de las enfermedades mortales tenían un olor propio, pero ninguno era tan específico como el de la vejez.
7. Él era consciente de que no la amaba. Se había casado porque le gustaba su altivez, su seriedad, su fuerza, y también por una pizca de vanidad suya, pero mientras ella lo besaba por primera vez estaba seguro de que no habría ningún obstáculo para inventar un buen amor. No lo hablaron esa primera noche en que hablaron de todo hasta el amanecer, ni habían de hablarlo nunca. Pero a la larga, ninguno de los dos se equivocó.
8. Se habían conocido en un hospital de caminantes de Port–au–Prince, donde ella había nacido y donde él había pasado sus primeros tiempos de fugitivo, y lo siguió hasta aquí un año después para una visita breve, aunque ambos sabían sin ponerse de acuerdo que venía a quedarse para siempre.
9. Acababan de celebrar las bodas de oro matrimoniales y no sabían vivir ni un instante el uno sin el otro o sin pensar el uno en el otro, y lo sabían cada vez menos a medida que se recrudecía la vejez. Ni él ni ella podían decir si esa servidumbre recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad, pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el corazón, porque ambos preferían desde siempre ignorar la respuesta.
10. Le recordó que los débiles no entrarían jamás en el reino del amor, que es un reino inclemente y mezquino, y que las mujeres sólo se entregan a los hombres de ánimo resuelto, porque les infunden la seguridad que tanto ansían para enfrentarse a la vida.
11. Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
12. Encontró el cadáver cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre, cerca de un taburete con la cubeta que había servido para vaporizar el veneno.
13. Un comisario de policía se había adelantado con un estudiante de medicina muy joven que hacía su práctica forense en el dispensario municipal, y eran ellos quienes habían ventilado la habitación y cubierto el cadáver mientras llegaba el doctor Urbino.
14. Pero sabía, más por escarmiento que por experiencia, que una felicidad tan fácil no podría durar mucho tiempo.
15. Las instrucciones al comisario y al practicante fueron precisas y rápidas. No había que hacer autopsia.
16. No va a faltarle aquí algún loco de amor que le dé la oportunidad un día de estos.
17. Cuando lo encuentre, fíjese bien -le dijo al practicante, -suelen tener arena en el corazón.
18. Remotas, al otro lado de la ciudad colonial, se escucharon las campanas de la catedral llamando a la misa mayor.
19. Si hubiera sido un crimen, aquí habría una buena pista -se dijo-. Sólo conozco un hombre capaz de componer esta emboscada maestra.
20. Era una verdad a medias, pero ellos la creyeron completa porque él les ordenó levantar una baldosa suelta del piso y allí encontraron una libreta de cuentas muy usada donde estaban las claves para abrir la caja fuerte.
21. Se levantaba con los primeros gallos, y a esa hora empezaba a tomar sus medicinas secretas…
22. A pesar de la edad se resistía a recibir a los pacientes en el consultorio, y seguía atendiéndolos en sus casas, como lo hizo siempre, desde que la ciudad era tan doméstica que podía irse caminando a cualquier parte.
23. Aunque se negaba a retirarse, era consciente de que sólo lo llamaban para atender casos perdidos, pero él consideraba que también eso era una forma de especialización.
24. En todo caso -solía decir en clase-, la poca medicina que se sabe sólo la saben algunos médicos.
25. El humor del cielo había empezado a descomponerse desde muy temprano, y estaba nublado y fresco, pero no había riesgos de lluvia antes del mediodía.
26. Los viejos, entre viejos, son menos viejos.
27. “Nunca seré viejo”. Ella lo interpretó como un propósito heroico de luchar sin cuartel contra los estragos del tiempo, pero él fue más explícito: tenía la determinación irrevocable de quitarse la vida a los sesenta años.
28. Y se alegró, porque prefería seguir evocando al amante muerto como él se lo había pedido la noche anterior, cuando interrumpió la carta que ya había comenzado y la miró por última vez.
29. El hecho de que el loro hubiera mantenido sus privilegios después de ese desplante histórico había sido la prueba final de su fuero sagrado.
30. Era de los buenos, más liviano de lo que parecía, y con la cabeza amarilla y la lengua negra, único modo de distinguirlo de los loros mangleros que no aprendían a hablar ni con supositorios de trementina.
31. Otra cosa bien distinta habría sido la vida para ambos, de haber sabido a tiempo que era más fácil sortear las grandes catástrofes matrimoniales que las miserias minúsculas de cada día.
32. Hacía un calor de caldera de barco, pues habían tenido que cerrar las ventanas para impedir que se metiera la lluvia sesgada por el viento.
33. Aliviado por una victoria más sobre la vejez, se abandonó al lirismo diáfano y fluido de la última pieza del programa, que no pudo identificar.
34. La sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.
35. En todo caso, la tragedia fue una conmoción no sólo entre su gente, sino que afectó por contagio al pueblo raso, que se asomó a las calles con la ilusión de conocer aunque fuera el resplandor de la leyenda.
36. La noche de la muerte del doctor Urbino estaba vestido como lo sorprendió la noticia, que era como estaba siempre a pesar de los calores infernales de junio…
37. Sin embargo, logró saber que Fermina Daza había sido invitada a un baile de sábado unos días después de su llegada, y que el padre no le había permitido asistir con una frase terminante: “Cada cosa se hará a su debido tiempo”.
38. Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas -le decía-, que estas cosas no duran toda la vida.
39. La clandestinidad compartida con un hombre que nunca fue suyo por completo, y en la que más de una vez conocieron la explosión instantánea de la felicidad, no le pareció una condición indeseable.
40. La lectura se le convirtió en un vicio insaciable. Desde que lo enseñó a leer, su madre le compraba los libros ilustrados de los autores nórdicos, que se vendían como cuentos para niños…
41. Trató de seducirla con toda clase de halagos. Trató de hacerle entender que el amor a su edad era un espejismo, trató de convencerla por las buenas de que devolviera las cartas y regresara al colegio a pedir perdón de rodillas…
42. El resto del día fue como una alucinación, en la misma, casa donde había estado hasta ayer, recibiendo las mismas visitas que la habían despedido, hablando de lo mismo, y aturdida por la impresión de estar viviendo de nuevo un pedazo de vida ya vivido.
43. La siguió sin dejarse ver, descubriendo los gestos cotidianos, la gracia, la madurez prematura del ser que más amaba en el mundo y al que veía por primera vez en su estado natural.
44. Tenía que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo.
45. Se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna.
46. La venda hizo resaltar la pureza de sus labios entre la barba redonda y negra y los bigotes de puntas afiladas, y ella se sintió sacudida por un ramalazo de pánico.
47. Sabía que iba a casarse el sábado siguiente, en una boda de estruendo, y el ser que más la amaba y había de amarla hasta siempre no tendría ni siquiera el derecho de morirse por ella.
48. Le cogió la mano, fría y crispada de terror, le entrelazó los dedos, y casi con un susurro empezó a contarle sus recuerdos de otros viajes de mar.
49. Así, entre ancores de óperas y serenatas napolitanas, su talento creativo y su invencible espíritu de empresa lo convirtieron en el prócer de la navegación fluvial en su época de mayor esplendor.
50. La torre del faro fue siempre un refugio afortunado que él evocaba con nostalgia cuando ya tenía todo resuelto en los albores de la vejez…
51. Fue el error de su vida, tal como su conciencia iba a recordárselo a cada hora de cada día, hasta el último día.
52. Ya era tarde: la ocasión iba con ella en el tranvía de mulas, había estado siempre con ella en la misma silla en que estaba sentada, pero ahora se había ido para siempre.
53. Cuando se dio cuenta de que había empezado a amarla, ella estaba ya en la plenitud de los cuarenta, y él iba a cumplir treinta.
54. En el ocio reparador de la soledad, en cambio, las viudas descubrían que la forma honrada de vivir era a merced del cuerpo…
55. Lo más absurdo de la situación de ambos era que nunca parecieron tan felices en público como en aquellos años de infortunio.
56. Sin embargo, cuando ya lo creía borrado por completo de la memoria, reapareció por donde menos lo esperaba convertido en un fantasma de sus nostalgias.
57. La verdad es que el olfato no le servía sólo para lavar la ropa o para encontrar niños perdidos: era su sentido de orientación en todos los órdenes de la vida, y sobre todo de la vida social.
58. De modo que los amores se volvieron imposibles cuando el coche se hizo demasiado notorio en la puerta, y al cabo de tres meses ya no fueron nada más que ridículos.
59. Sin embargo, muy pronto iba a aprender que esa determinación excesiva no era tanto el fruto del resentimiento como de la nostalgia.
60. Fue así como se encontró cuando menos lo pensaba en el santuario de un amor extinguido antes de nacer.
61. La mayoría de los socios tomaban aquellas disputas como los pleitos matrimoniales, en los que ambas partes tienen la razón.
62. La persistencia de su recuerdo le aumentaba la rabia. Cuando despertó pensando en él, al día siguiente del entierro, logró quitárselo de la memoria con un simple gesto de la voluntad.
63. La muerte no tiene sentido del ridículo -dijo él, y agregó con pena-: sobre todo a nuestra edad.
64. Tuvo el buen sentido de no esperar una contestación inmediata, pues le bastaba con que la carta no le fuera devuelta.
65. Era una palabra prohibida: antes. Ella sintió pasar el ángel quimérico del pasado, y trató de eludirlo.
66. Los papeles se invirtieron. Entonces fue ella la que trató de darle ánimos nuevos para ver el futuro, con una frase que él, en su prisa atolondrada, no supo descifrar: Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae.
67. La memoria del pasado no redimía el futuro, como él se empeñaba en creer.
68. Ambos se fueron a dormir cuando se acabó la música, después de una larga conversación sin tropiezos en el mirador oscuro.
69. Le ocurrió siempre la primera vez, con todas, desde siempre, de modo que había aprendido a convivir con aquel fantasma: cada vez había tenido que aprender otra vez, como si fuera la primera.
70. Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. -Toda la vida
71. Amor del alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la cintura para abajo.
72. El hecho de que alguien no te ame como tú quieras, no significa que no te ame con todo su ser.
73. Lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
74. La muerte no era sólo una probabilidad permanente, como lo había sentido siempre, sino una realidad inmediata.
75. Eran gentes de vidas lentas, a las cuales no se les veía volverse viejas, ni enfermarse ni morir, sino que iban desvaneciéndose poco a poco en su tiempo, volviéndose recuerdos, brumas de otra época, hasta que los asimilaba el olvido.
76. El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno.
77. A los ochenta y un años tenía bastante lucidez para darse cuenta de que estaba prendido a este mundo por unas hilachas tenues que podían romperse sin dolor con un simple cambio de posición durante el sueño…
78. Recuerda siempre que lo más importante de un buen matrimonio no es la felicidad sino la estabilidad.
79. Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera, pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos.
80. Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.
Sin lugar a dudas, El amor en los tiempos del cólera es una de las grandes obras de García Márquez. ¿Cuál de todas estas frases de El amor en los tiempos del cólera ha sido tu favorita? ¿Has tenido la oportunidad de leer esta gran novela? Y, si es así, ¿conoces otras frases que debamos incluir en nuestro listado? Déjanos tu opinión en los comentarios, ¡estaremos deseando leerte!