De seguro has escuchado hablar de la legendaria obra literaria «Moby Dick». Herman Melville fue el escritor estadounidense que, en 1851, dio nombre y origen a esta joya del mundo de las letras. Uno de esos libros incluidos dentro de la selectiva lista llamada «LEER SI O SI», al igual que «El Quijote…«, y «Divina comedia«. ¿Por qué el imperativo? Bueno, en este artículo de Frases de la Vida nos hemos propuesto traerte una lista con las mejores frases de Herman Melville, para intentar darte una buena respuesta y unos buenos motivos para animarte a su literatura. Pero antes, demos una pequeña vuelta por los datos más curiosos de la historia del estadounidense.
Herman Melville nació el 1 de agosto de 1819 en Nueva York, justo después de que sus padres se mudaran allí para instalar un negocio de lencería francesa. Ya durante su juventud la desafortunada situación económica de su familia lo llevó a abandonar sus estudios para comenzar a trabajar. Un banco, un almacén, una granja y un barco rumbo a Liverpool fueron sus principales escenarios a lo largo de este periodo. Ganado su oficio de marinero dedicó numerosos años a las inmensidades del mar abordo de balleneros, plantando en su naciente corazón literario la semilla de su futura obra.
Sus novelas y cuentos se han convertido en clásicos de la literatura universal, sirviendo de gran inspiración a muchos de los escritores que lo sucedieron. Desafortunadamente, como en tantos otros casos, sus textos no contaron con el reconocimiento de sus contemporáneos, con lo cual Herman debió abandonar su carrera de escritor e instituirse como inspector de aduanas en Nueva York. Murió sin ver a sus libros ascender hacia la fama. Pero, como dicen los que saben, el tiempo todo lo cura. Llegado el año 1920, con los cambios de aire y de perspectiva, la crítica literaria rescató a «Moby Dick» de los laberintos del olvido y la instaló dentro de las librerías como una obra maestra; llegó a ser considerada la novela más representativa de la literatura estadounidense.
¡Ahora sí! Comencemos con nuestro recorrido a través de las mejores frases de Helman Melville. ¡Vamos a ello!
Las mejores frases de Herman Melville
1. No está marcada en ningún mapa: los sitios de verdad no lo están nunca.
La primera en este artículo de frases de Herman Melville forma parte de las páginas de «Moby Dick». Ajab, su protagonista, es un hombre a quien una ballena blanca le ha amputado la pierna. La humillación que le produce verse indefenso frente a las fuerzas de la naturaleza lo llevará en busca de una «venganza audaz, inextinguible y sobranatural».
2. Existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituyen un cierto y cuidadoso desorden.
Melville afirma, con esta frase, que no debemos «encapricharnos» con el orden elevándolo a la categoría de mejor opción. Existen actividades que requieren de la fluidez que sólo el desorden puede proporcionar. El orden como certeza de que las cosas deben ser y estar de determinada manera puede llegar a limitar ciertos campos de nuestra vida, como, por ejemplo, la labor creativa.
3. La verdad contada de modo inflexible tendrá siempre sus lados escabrosos.
Extracto de «Billy Budd, el marinero» publicada en 1924. Se trata de una excelente nouvelle ambientada en el año 1797 en el mar Mediterráneo, donde un buque mercante abordado por integrantes de la Armada Británica se dispone a reclutar nuevos navíos. El elegido es Billy Budd, a quien el capitán atribuye «una virtud que dulcificaba a los más amargados».
4. Existen algunos momentos y ocasiones extrañas en este complejo y difícil asunto que llamamos vida, en que el hombre toma el universo entero por una broma pesada, aunque no pueda ver en ella gracia alguna y esté totalmente persuadido de que la broma corre a expensas suya.
Se dice que Herman Melville, abordo de un ballenero y entrado en su segunda década, advirtió que el hombre había sido abandonado por Dios mientras observaba la inmensidad del mar. La ausencia de Dios implica la ausencia de sentido.
5. No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres.
Moby Dick es uno de los más claros ejemplos del desenfreno del hombre, de la violencia que corre por sus venas cuando la sed de venganza reclama una víctima. Y es que los animales podrán contar con sus instintos de caza y supervivencia, pero no poseen las capacidades humanas de rencor y de ambición.
6. Sea de día o de noche, dormido o despierto, tengo costumbre de mantener siempre cerrados los ojos, para concentrar más el deleite de estar en la cama. Porque ningún hombre puede sentir bien su propia identidad si no es con los ojos cerrados.
Esta cita esconde una profunda reflexión acerca de la psicología humana. ¿Qué creemos ser? Esa imagen que nos devuelve el espejo. ¿Quienes somos realmente? Cerremos los ojos para averiguarlo.
7. Todos los objetos visibles, hombre, son solamente máscaras de cartón piedra. Pero en cada acontecimiento (en el acto vivo, en lo que se hace sin dudar) alguna cosa desconocida, pero que sigue razonando, hace salir las formas de sus rasgos por detrás de la máscara que no razona.
Herman afirma que podemos salirnos del «esquema cotidiano» a través de la novedad. Se trata de sacarnos la máscara saltando hacia un acto que se acerque a lo desconocido de manera impulsiva.
8. En realidad, él era uno de esos lobos de mar a quienes las penalidades y peligros de la vida naval, en esa época de prolongadas guerras, nunca le habían estropeado el instinto natural para el goce de los sentidos.
La literatura le proporcionó al escritor estadounidense los medios necesarios para mantenerse conectado con el goce de los sentidos, ya que de ellos nace una trama literaria completa y plena de significado.
9. Debo decir que, según la costumbre de muchos hombres de ley con oficinas en edificios densamente habitados, la puerta tenía varias llaves.
Esta frase forma parte del relato «Bartleby, el escribiente», un copista de Wall Street que decide dejar de escribir amparándose en la afirmación «preferiría no hacerlo». Hablamos de una de las narraciones más recordadas y novedosas del mundo de la literatura. ¡Sumamente recomendado!
10. No era que Bílly fuese incapaz de comprender lo que realmente era la muerte, no; sino que carecía completamente de ese miedo irracional, miedo que prevalece en mayor medida en las comunidades altamente civilizadas que en aquellas llamadas bárbaras, las que en todos los sentidos se mantienen más cercanas a la verdadera naturaleza.
La noción de la muerte se parece a la noción de todas aquellas cosas que no podemos explicar completamente: el amor, los deseos, el origen del universo, entre tantas otras. Al no contar con un sustento científico, se modifican junto con el engranaje cultural.
Más Frases de Herman Melville
11. Cuarenta años después de una batalla, es muy fácil para un no combatiente razonar acerca de cómo debería haberse peleado. Es muy distinto dirigir personalmente la acción bajo el fuego, mientras se está envuelto en su oscuro humo.
12. Permítanos hablar, aunque mostremos todos nuestros defectos y debilidades: porque ser consciente de ello y no esconderlo es una señal de fortaleza.
13. Hablan de la dignidad del trabajo. Bah. La dignidad está en el ocio.
14. Sólo cuando un hombre ha sido vencido puede descubrirse su verdadera grandeza.
15. Los buitres del mar, en la piadosa mañana, y los tiburones, todos de riguroso negro. En vida, pocos de ellos habrían ayudado a la ballena si por ventura ésta los hubiera necesitado, pero al banquete de su funeral acuden todos.
16. No tengo objeciones contra la religión de nadie, sea cual sea, mientras esa persona no mate ni insulte a ninguna otra persona porque ésta no cree también lo mismo.
17. ¿Quién en el arco iris puede trazar la línea donde termina el violeta y comienza el anaranjado? Vemos claramente la diferencia de colores, pero ¿Dónde, exactamente, se confunde el primero con el segundo? Lo mismo sucede con la salud mental y la locura.
18. Pero un verdadero oficial militar es, en cierto sentido, como un monje. Este no cumplirá sus votos de obediencia monástica con más abnegación que aquél sus votos de lealtad al deber militar.
19. Yo podía dar una limosna a su cuerpo; pero su cuerpo no le dolía; tenía el alma enferma, y yo no podía llegar a su alma.
20. Llamadme Ismael. Años atrás —no importa cuánto hace exactamente—, con poco o ningún dinero en mi bolsillo y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que podría navegar por algún tiempo y visitar la parte acuática del mundo.
21. La rebelión fue, no obstante, finalmente sofocada, pero esto quizás sólo fue posible gracias a la incondicional lealtad de los infantes de marina y a la reasunción voluntaria de esa lealtad de parte de sectores influyentes de la tripulación.
22. Yo la perseguiré al otro lado del cabo de Buena Esperanza, y del cabo de Hornos y del Maelstron noruego, y de las llamas de la condenación. Para esto os habéis embarcado, hombres, para perseguir a esta ballena blanca por los dos lados de la costa y por todos los lados de la tierra, hasta que eche un chorro de sangre negra.
23. ¡Ah, qué valientemente trato de arrancar de los corazones de los demás lo que se ha prendido tan fuerte en el mío!
24. En aquel mar del Japón, los días de verano son maravillosos. El cielo parece de laca, no hay nubes y el sol brilla de tal manera que el sextante de Acab tenía vidrios de colores para poder mirarlo.
25. Era un barco pequeño más bien y con aspecto descuidado, todo él lleno de dibujos y relieves grotescos, que el capitán Peleg había mandado durante muchos años. Parecía un trofeo ambulante.
26. Era un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso, todo él con un anticuado aire de patas de garra. Curtido y atezado por el clima, entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos…
27. La verdad no tiene confines.
28. Ah tú, claro espíritu, de tu fuego me hiciste, y, como auténtico hijo del fuego, te lo devuelvo en mi aliento.
29. Había sido trasbordado en los Canales Ingleses e Irlandeses de un buque mercante inglés con destino a la patria a un buque de guerra de setenta y cuatro cañones, el Bellipotent, barco de Su Majestad, rumbo a alta mar.
30. Nuestras almas son como esos huérfanos cuyas madres solteras murieron al parirles: el secreto de nuestra paternidad yace en su tumba, y tenemos que ir a ella para saberlo.
31. Este capitán era uno de esos valiosos mortales que se encuentran en todo tipo de profesiones, aun en las más humildes; esa clase de persona a la cual todo el mundo está de acuerdo en llamar un hombre respetable.
32. ¡Pobre barco! Su propia apariencia refleja sus deseos; ¡En qué deplorables condiciones se encuentra!
31. Yo no sé todo lo que podrá pasar, pero, sea lo que quiera, iré a ello riendo.
32. Este hombre es un ser humano lo mismo que yo: tiene tantos motivos para tener miedo de mí, como yo para tener miedo de él.
33. Ah, la felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre; pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe.
34. La locura humana es a menudo una cosa astuta y felina. Cuando se piensa que ha huido, quizá no ha hecho sino transfigurarse en alguna forma silenciosa y más sutil.
35. ¿Habéis visto a la ballena blanca? – ¿Qué ballena? -La ballena blanca…Un cachalote…Moby Dick, ¿Le habéis visto? -Nunca he oído hablar de tal ballena. ¡Cachalot Blanche! ¡Ballena blanca!..No. -Muy bien, entonces; adiós por ahora, y volveré a veros dentro de un momento.
36. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano.
37. Pero aunque el mundo desdeña a los balleneros, sin embargo, y sin tener conciencia de ello, nos rinden el más encendido homenaje. Pues casi todos los cirios, lámparas y bujías que arden en los confines del globo lo hacen, para gloria nuestra, con aceite de ballena.
38. Sus detractores afirman que es necesario plantar allí las malas hierbas, que no nacen espontáneamente; que importan del Canadá los cardos silvestres, y que tienen que mandar buscar al otro lado del mar un tarugo para tapar una grieta a un barril. Todas éstas y más extravagancias sólo muestran una cosa: Nantucket, definitivamente no es Illinois
39. No hay nada que hacer entonces. Ya que él no quiere dejarme, yo tendré que dejarlo. Mudaré mi oficina; me mudaré a otra parte, y le notificaré que si lo encuentro en mi nuevo domicilio procederé contra él como contra un vulgar intruso.
40. En busca de la ballena habíamos estado navegando por el Ecuador a unos veinte grados al oeste de las Galápagos; y toda nuestra faena, después de determinado nuestro derrotero, fue ajustar las vergas y mantenernos a favor del viento: el buen barco y la constante brisa harían el resto.
41. Tenía un escritorio particular, pero no lo usaba mucho. Pasé revista a su cajón una vez: contenía un conjunto de cáscaras de muchas clases de nueces. Para este perspicaz estudiante, toda la noble ciencia del derecho cabía en una cáscara de nuez.
42. Las montañas y el interior presentan a la vista sólo parajes aislados y silenciosos, desprovistos de rugidos de animales de presa y animados por escasas muestras de pequeños seres.
43. Pero la guerra es dolor, y el odio es sufrimiento.
44. Cuando se declara la guerra ¿Se nos consulta previamente a nosotros, los combatientes encargados de ella? Luchamos cumpliendo órdenes. Si nuestro juicio aprueba la guerra, es mera coincidencia.
45. En medio de lo impersonal personificado, aquí hay una personalidad. Aunque sólo un punto, como máximo: de donde quiera que haya venido; a donde quiera que vaya; pero mientras vivo terrenalmente, esa personalidad, como una reina, vive en mí, y siente sus reales derechos.
46. Aunque en muchos de sus aspectos este mundo visible parece formado en amor, las esferas invisibles se formaron en terror.
47. El viejo está empeñado en perseguir a esa ballena blanca, y este diablo trata de enredarle y hacer que le dé a cambio su reloj de plata, o su alma, o algo parecido, y entonces él le entregará a Moby Dick.
48. ¿Hemos de seguir persiguiendo a ese pez asesino hasta que hunda al último hombre? ¿Nos ha de arrastrar al fondo del mar?
49. Nuestro barco se había rendido a toda especie de juergas y perversiones. No se interpuso la más tenue barrera entre las profanas pasiones de la tripulación y el ilimitado placer de ellas.
50. Pero parecía solo, absolutamente solo en el universo. Algo como un despojo en mitad del océano Atlántico.
51. Por alguna curiosa fatalidad, así como se nota a menudo de los filibusteros de ciudad que siempre acampan en torno a los palacios de justicia, igualmente, caballeros, los pecadores suelen abundar en las cercanías más sagradas.
52. No ve el cielo negro y el mar encolerizado, no nota las tablas agitadas, y bien poco escucha ni atiende al lejano rumor de la poderosa ballena, que ya, con la boca abierta, surca el mar persiguiéndole.
53. Cuanto mayor es la bruma, tanto más pone en peligro al buque, y se acelera la marcha aun con el riesgo de embestir a alguien. Poco imaginan los bien abrigados jugadores de cartas en la cabina, las responsabilidades del hombre insomne en el puente de mando.
54. Sabía que nuestro respetable capitán, que sentía una preocupación tan paternal por el bienestar de su tripulación, no aceptarla gustosamente que uno de sus mejores hombres enfrentase los peligros de un viaje entre los nativos de una isla salvaje.
55. Se quedó como siempre, enclavado en mi oficina. ¡Qué! Si eso fuera posible se reafirmó más aún que antes. ¿Qué hacer? Si no hacía nada en la oficina: ¿Por qué se iba a quedar? De hecho, era una carga, no sólo inútil, sino gravosa. Sin embargo, le tenía lástima.
56. La futura estela del animal a través de la tiniebla está casi tan establecida para la sagaz mente del cazador como la costa para el piloto. De modo que era esta prodigiosa habilidad del cazador, la proverbial fugacidad de una cosa escrita en el agua, una estela, es tan de fiar, a todos los efectos deseados, como la tierra firme.
57. Pero estas reflexiones rara vez ocuparon mi mente; me abandonaba al paso de las horas y, si alguna vez me embargaban pensamientos desagradables, los desechaba rápidamente. Cuando admiraba el verde recinto en que me hallaba prisionero, me inclinaba a pensar que estaba en un valle de ensueños y que más allá de las montañas sólo había un mundo de ansiedad y preocupaciones.
58. No es raro que el hombre a quien contradicen de una manera insólita e irrazonable bruscamente descrea de su convicción más elemental. Empieza a vislumbrar vagamente que, por extraordinario que parezca, toda la justicia y toda la razón están del otro lado; si hay testigos imparciales, se vuelve a ellos para que de algún modo lo refuercen.
59. Ahab era inaccesible socialmente […]. Vivía en el mundo como vivieran en el Misuri colonizado los últimos osos grises. Y así como al término del estío aquel Lotario de las selvas se encerraba en el tronco de un árbol a pasar el tiempo chupándose las patas, así Ahab se encerraba, en su inclemente ancianidad, en el tronco hueco de su propio cuerpo, comiéndose las lúgubres patas de su propia melancolía.
60. Sin rastros de ese gusto literario que atiende menos al asunto que a los medios, sus predilecciones se orientaban hacia aquellos libros hacia los que cualquier mente sana y superior, ocupada en algún cargo activo y de autoridad en el mundo, tiende naturalmente a inclinarse: libros que trataban de hombres y hechos reales, cualquiera fuese la época.
61. La superstición prueba que, por ignorante que sea, el hombre siente en él un alma inmortal que aspira a lo desconocido de la vida futura.
62. Comparando los jorobados rebaños de ballenas con los jorobados rebaños de búfalos que no hace aún cuarenta años se extendían por decenas de miles sobre las praderas de Illinois y Misuri, agitando sus crines y precipitándose iracundos sobre las orillas de los ríos de populosas ciudades, donde ahora corteses señores ofrecen tierra a un dólar la pulgada. En tal similitud parece residir un irresistible argumento de que la ballena perseguida no puede eludir un rápida extinción.
63. ¿Disminuye la magnitud de la ballena? ¿Está condenada a desaparecer? …si bien el hombre ama a su prójimo, es un animal que también ama el dinero y esta tendencia interfiere muchas veces con su benevolencia.
64. Hay en ese extraño caos que llamamos la vida algunas circunstancias y momentos absurdos en los cuales tomamos el Universo todo por una inmensa broma pesada, aunque no logremos percibir con claridad en qué consiste su gracia y sospechemos que nosotros mismos somos las víctimas de las burlas.
65. ¿Podéis captar la expresión de ese cachalote, allí? Es la misma con que murió, sólo que algunas de las más largas arrugas de la frente ahora se diría que se han borrado. Me parece que esta ancha frente está llena de una placidez de dehesa, nacida de una indiferencia filosófica hacia la muerte.
66. Preferiría no hacerlo. Queequeg estaba convencido de que si un hombre estaba decidido a vivir, la enfermedad nunca sería capaz de matarlo y que lo único que podía acabar con su vida era una ballena, una tempestad o cualquier otra fuerza violenta, destructiva e inmanejable de esa naturaleza.
67. ¿Y si Ahab abandona de súbito la búsqueda?. Es probable que la pierna inexistente le duela para toda la vida.
68. -Un pez atado pertenece a quien lo ató. 2.-Un pez suelto es presa para cualquiera que lo atrape.
69. En todas las cosas está oculto siempre un significado: de lo contrario, poco valdrían, y el mundo mismo no sería más que una cifra vacía.
70. No quiero a ningún hombre en mi barco que no tenga miedo de la ballena», decía Starbuck. Con esto parecía insinuar no sólo que el valor más seguro y más útil es el que surge de una justa estimación del peligro que se afronta, sino también que un hombre que ignora el miedo es compañero mucho más riesgoso que un cobarde. —Sí
Hasta aquí nuestro recorrido por las mejores frases del mítico Herman Melville. ¿Cual fue tu favorita? ¡Cuéntanoslo en la sección de comentarios!