Las frases de Martín Fierro han supuesto un antes y un después indudable en la literatura argentina. Escrito por José Hernández en 1872, el Martín Fierro es un poema narrativo, generalmente escrito en sextetos de versos octosílabos, que ejemplifica como ninguno el género gauchesco. Grandes escritores argentinos de la talla de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar se han referido con elogios al Martín Fierro. Sin ir más lejos, Leopoldo Lugones lo calificó como “el libro nacional de los argentinos”, y como tal viene funcionando en todos los colegios del país.

Probablemente, al igual que en España toda persona es capaz de recitar el principio del Quijote, en argentina toda persona es capaz de recitar algunas frases de Martín Fierro. La obra en sí se compone de dos libros, coloquialmente conocidos como “la ida” y “la vuelta”, en los que se expresa el carácter del gaucho y de cómo las injusticias sociales lo llevan vivir fuera de la ley para convertirse posteriormente en héroe. Tal es su importancia que ha sido traducido a más de setenta idiomas tan distintos como el chino o el quichua.

100 Frases de Martín Fierro, la vida azarosa del gaucho.

1. Aquello no era servicio ni defender la frontera, aquello era ratonera en que sólo gana el juerte.

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2. Cantando me he de morir, cantando me han de enterrar, y cantando he de llegar al pie del Eterno Padre, desde el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar

3. No teníamos más permiso, ni otro alivio la gauchada, que salir de madrugada, cuando no había indio ninguno, campo ajuera a hacer boliadas, desocando los reyunos.

4. El Indio es una hormiga que día y noche está despierto.

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5. ¡Quién aguanta aquel infierno! Si eso es servir al Gobierno, a mí no me gusta el cómo.

6. Ande hay tanto quen sufrir; y naides me ha de seguir cuando yo remuento el vuelo.

7. Que la tierra no da fruto si no la riega el sudor.

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8. La codicia ojala les ruempa el saco

9. No hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte

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10. Mi gloria es vivir tan libre como el pájaro del cielo: no hago nido en este suelo.

11. Soy toro en mi rodeo y toraso en rodeo ajeno.

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12. No salvan de su juror ni los pobres angelitos- viejos, mozos y chiquitos los mata del mesmo modo- que el Indio lo arregla todo con la lanza y con los gritos.

13. Y sepan cuantos escuchan de mis penas el relato que nunca peleo ni mato sinó por necesidá, y es que a tanta adversidá sólo me arrojó el mal trato.

14. Ni la víbora me pica, ni quema mi frente el Sol.

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15. Con la guitarra en la mano ni las moscas se me arriman.

16. Yo no sé por qué el Gobierno nos manda aquí a la frontera gringada que ni siquiera se sabe atracar a un pingo.

17. No hacen más que dar trabajo, pues no saben ni ensillar, no sirven ni pa carniar, y yo he visto muchas veces que ni voltiadas las reses se les querían arrimar.

18. Las coplas me van brotando como agua de manantial.

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19. Ni un pedazo de tabaco le dan al pobre soldao, y lo tienen, de delgado más ligero que un guanaco.

20. Aquí me pongo a cantar, al compás de la vigüela que al hombre que lo desvela una pena extraordinaria, como el ave solitaria con el cantar se consuela.

21. ¡Ah tiempos! -Si era un orgullo ver jinetiar un paisano.

22. Y el Indio es como tortuga de duro para espichar, si lo llega a destripar, ni siquiera se le encoge; luego sus tripas recoge y se agacha a disparar.

23. Y sentado junto al fogón a esperar que venga el día, el mate se prendía hasta ponerse rechoncho, mientras su china dormía tapada con su poncho.

24. He visto muchos cantores, con famas bien otenidas, y que después de adquiridas no las quieren sustentar.

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25. Muchas cosas pierde el hombre que a veces las vuelve a encontrar, pero les debo enseñar, y es güeno que lo recuerden, si la verguenza se pierde jamas se vuelve a encontrar.

26. El que se tiene por hombre, donde quiera hace pata ancha.

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27. Y atiendan la relación que hace un gaucho perseguido, que padre y marido ha sido empeñoso y diligente, y, sin embargo, la gente lo tiene por un bandido.

28. No me hago al lao de la güeya, aunque vengan degollando, con los blandos yo soy blando, y soy duro con los duros, y ninguno en un apuro me ha visto titubiando.

29. El que hoy tan pobre me vea, tal vez no creerá todo esto

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30. Ninguno me hable de penas porque yo penando vivo, y naide se muestre altivo, aunque en el estribo esté, que suele quedarse a pie el gaucho más advertido.

31. ¡La codicia ojala les ruempa el saco!

32. Soy toro en mi rodeo y toraso en rodeo ajeno.

33. Que la tierra no da fruto si no la riega el sudor.

34. ¡No hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte!

35. El cantar mi gloria labra y poniéndome a cantar, cantando me han de encontrar aunque la tierra se abra.

36. Vengan Santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda y se me turba la vista.

37. Y el Indio es como tortuga de duro para espichar, si lo llega a destripar, ni siquiera se le encoge; luego sus tripas recoge y se agacha a disparar.

38. Cuando era gaucho baquiano, aunque el potro se boliase, no había uno que no parase con el cabestro en la mano.

39. Dios formó lindas las flores, delicadas como son; le dio toda perfección y cuanto él era capaz, pero al hombre le dio más cuando le dio el corazón.

40. Si no llego a treinta y una de fijo en treinta me planto,  y esta confianza adelanto porque recebí en mí mismo, con el agua del bautismo, la faculta para el canto.

41. El campo es del inorante,  el pueblo del hombre estruido; yo que en el campo he nacido digo que mis cantos son para los unos… sonidos, y para otros… intención

42. Que cante todo viviente otorgó el Eterno Padre, cante todo el que le cuadre  como lo hacemos los dos, pues sólo no tiene voz el ser que no tiene sangre.

43. Mucho tiene que contar el que tuvo que sufrir, y empezaré por pedir, no duden de cuanto digo; pues debe crerse al testigo  si no pagan por mentir.

44. Sé dirigir la mansera y también echar un pial, sé correr en un rodeo,
trabajar en un corral, me sé sentar en un pértigo lo mesmo que en un bagual.

45. Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor
y habiendo perdido tanto,  no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor.

46. Viene uno como dormido cuando vuelve del desierto, veré si a explicarme acierto entre gente tan bizarra,  y si al sentir la guitarra de mi sueño me dispierto.

47. Canta el pueblero… y es pueta; canta el gaucho… y ¡ay Jesús!  lo miran como avestruz su inorancia los asombra; mas siempre sirven las sombras para distinguir la luz.

48. Tanto el pobre como el rico  la razón me la han de dar; y si llegan a escuchar
lo que esplicaré a mi modo, digo que no han de reír todos, algunos han de llorar.

49. Siento que mi pecho tiembla, que se turba mi razón, y de la vigüela al son  
imploro a la alma de un sabio que venga a mover mi labio y alentar mi corazón.

50. Atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a mostrarles que a mi historia le faltaba lo mejor.

51. De naides sigo el ejemplo, naide a dirigirme viene, yo digo cuanto conviene, y el que en tal güeya se planta debe cantar cuando canta con toda la voz que tiene.

52.  Y no piensen los oyentes que del saber hago alarde; 80 he conocido aunque tarde, sin haberme arrepentido, que es pecado cometido el decir ciertas verdades.

53. El que va por esta senda cuanto sabe desembucha, y aunque mi cencia no es mucha, esto en mi favor previene; yo sé el corazón que tiene el que con gusto me escucha.

54. Irse a cruzar el desierto lo mesmo que un foragido, dejando aquí en el olvido, como dejamos nosotros, su mujer en brazos de otro y sus hijitos perdidos.

55. Y el que me quiera enmendar mucho tiene que saber. Tiene mucho que aprender el que me sepa escuchar. Tiene mucho que rumiar el que me quiera entender.

56. Yo he conocido cantores que era un gusto el escuchar; mas no quieren opinar
y se divierten cantando; pero yo canto opinando que es mi modo de cantar.

57. Déjenme tomar un trago, estas son otras cuarenta, mi garganta está sedienta
y de esto no me abochorno. Pues el viejo como el horno por la boca se calienta.

58. Pero voy en mi camino y nada me ladiará, he de decir la verdá, de naides soy adulón, aquí no hay imitación esta es pura realidá.

59. Lo que pinta este pincel ni el tiempo lo ha de borrar, ninguno se ha de animar 
a corregirme la plana; no pinta quien tiene gana sino quien sabe pintar.

60. Allá no hay misericordia ni esperanza que tener. El indio es de parecer que siempre matarse debe. Pues la sangre que no bebe le gusta verla correr.

61. Aunque rompí el estrumento por no volverme a tentar, tengo tanto que contar
y cosas de tal calibre que Dios quiera que se libre  el que me enseñó a templar.

62.  ¡Cuántas veces al cruzar en esa inmensa llanura, al verse en tal desventura
y tan lejos de los suyos se tira uno entre los yuyos a llorar con amargura!

63. Y empriéstenme su atención si ansí me quieren honrar, de no, tendré que callar, pues el pájaro cantor jamás se para a cantar en árbol que no da flor.

64. Brotan quejas de mi pecho, brota un lamento sentido; y es tanto lo que he sufrido y males de tal tamaño, que reto a todos los años a que traigan el olvido.

65. Triste suena mi guitarra y el asunto lo requiere. Ninguno alegrías espere sino sentidos lamentos, de aquel que en duros tormentos nace, crece, vive y muere.

66. Hay trapitos que golpiar. Y de aquí no me levanto; escúchenme cuando canto
si quieren que desembuche tengo que decirles tanto que les mando que me escuchen.

67. Ya verán si me dispierto cómo se compone el baile. Y no se sorprenda naides
si mayor fuego me anima; porque quiero alzar la prima como pa tocar al aire.

68. Es triste dejar sus pagos y largarse a tierra agena llevándose la alma llena
de tormentos y dolores, mas nos llevan los rigores como el pampero a la arena.

69. He visto rodar la bola y no se quiere parar, Al fin de tanto rodar me he decidido a venir, a ver si puedo vivir y me dejan trabajar.

70. Les ha dicho a los demás que ustedes queden cautivos, por si cain algunos vivos en poder de los cristianos rescatar a sus hermanos con estos dos fugitivos.

71. Nos quitaron los caballos a los muy pocos minutos; estaban irresolutos, quién sabe qué pretendían, por los ojos nos metían las lanzas aquellos brutos.

72. En la orilla de un arroyo solitario lo pasaba, en mil cosas cavilaba, y a una güelta repentina se me hacía ver a mi china o escuchar que me llamaba.

73. Vino al fin el lenguaraz como a trairnos el perdón, nos dijo: -La salvación se la deben a un cacique, me manda que les esplique que se trata de un malón.

74. Y dele en su lengüeteo hacer gestos y cabriolas; uno desató las bolas y se nos vino en seguida; ya no creíamos con vida salvar ni por carambola.

75. Y las aguas serenitas bebe el pingo trago a trago, mientras sin ningún halago pasa uno hasta sin comer, por pensar en su mujer, en sus hijos y en su pago.

76. Cruz se dispuso a morir peliando y me convidó. Aguantemos, dije yo, el fuego hasta que nos queme. Menos los peligros teme quien más veces los venció.

77. Se armó un tremendo alboroto cuando nos vieron llegar, no podíamos aplacar
tan peligroso hervidero; nos tomaron por bomberos y nos quisieron lanciar.

78. Se vuelve aquello un incendio más feo que la mesma guerra. Entre una nube de tierra se hizo allí una mescolanza, de potros, indios y lanzas con alaridos que aterran.

79.  Se debe ser más prudente cuanto el peligro es mayor; siempre se salva mejor
andando con alvertencia, porque no está la prudencia reñida con el valor.

80. La desgracia nos seguía, llegamos en mal momento; estaban en parlamento tratando de una invasión, y el indio en tal ocasión recela hasta de su aliento.

81. Allí estaban vigilantes cuidándonos a porfía, cuando roncar parecían «Huaincá», gritaba cualquiera, y toda la fila entera Huaincá, Huaincá repetía.

82. Pegó al fin tres alaridos y ya principia otra danza; para mostrar su pujanza y dar pruebas de ginete dio riendas rayando el flete y revoliando la lanza.

83. Dentra al centro un indio viejo y allí a lengüetiar se larga. Quién sabe qué les encarga, pero toda la riunión lo escuchó con atención lo menos tres horas largas.

84. De noche formaban cerco y en el centro nos ponían. Para mostrar que querían quitarnos toda esperanza ocho o diez filas de lanzas al rededor nos hacían.

85. Recordarán que con Cruz para el desierto tiramos, en la pampa nos entramos, cayendo por fin del viage a unos toldos de salvajes, los primeros que encontramos.

86. Pero el indio es dormilón y tiene un sueño projundo. Es roncador sin segundo y en tal confianza es su vida,  que ronca a pata tendida aunque se dé güelta el mundo.

87. Recorre luego la fila, frente a cada indio se para, lo amenaza cara a cara
y en su juria aquel maldito acompaña con su grito el cimbrar de la tacuara.

88. Parece un baile de fieras, sigún yo me lo imagino; era inmenso el remolino, las voces aterradoras, hasta que al fin de dos horas se aplacó aquel torbellino.

89. Volvieron al parlamento a tratar de sus alianzas, o tal vez de las matanzas, y conforme les detallo, hicieron cerco a caballo recostándose en las lanzas.

90. De ese modo nos hallamos empeñaos en la partida. No hay que darla por perdida por dura que sea la suerte; ni que pensar en la muerte, sino en soportar la vida.

91. A cada respuesta nuestra uno hace una esclamación, y luego en continuación aquellos indios feroces cientos y cientos de voces repiten el mesmo son.

92. Y al que le toca la herencia donde quiera halla su ruina. Lo que la suerte destina no puede el hombre evitar. Porque el cardo ha de pinchar es que nace con espina.

93.  El mal es árbol que crece y que cortado retoña. La gente esperta o visoña sufre de infinitos modos. La tierra es madre de todos, pero también da ponzoña.

94.  Nos aviriguaban todo como aquel que se previene, porque siempre les conviene saber las juerzas que andan, dónde están, quiénes las mandan, qué caballos y armas tienen.

95. Es el destino del pobre un continuo safarrancho, y pasa como el carancho porque el mal nunca se sacia, si el viento de la desgracia vuela las pajas del rancho.

96. Y aquella voz de uno solo que empieza por un gruñido, llega hasta ser alarido
de toda la muchedumbre, y ansí alquieren la costumbre de pegar esos bramidos.

97. Mas quien manda los pesares manda también el consuelo. La luz que baja del cielo alumbra al más encumbrao,  y hasta el pelo más delgao hace su sombra en el suelo.

98. Mas todo varón prudente sufre tranquilo sus males. Yo siempre los hallo iguales en cualquier senda que elijo. La desgracia tiene hijo aunque ella no tiene madre.

99. Se endurece el corazón, no teme peligro alguno. Por encontrarlo oportuno allí juramos los dos: respetar tan sólo a Dios de Dios abajo, a ninguno.

100. Más que yo y cuantos me oigan más que las cosas que tratan más que lo que ellos relatan mis cantos han de durar.  Mucho ha habido que mascar para echar esta bravata.

No hay duda de que todas estas frases de Martín Fierro están escritas de una forma muy particular y acordes al estilismo de la época. ¿Seguro que conocías muchas de frases de este libro tan importante para la literatura argentina…pero las habías escuchado todas? ¿Hemos conseguido sorprenderte con alguna de las frases de Martín Fierro que no habías leído antes? Si es así, nos encantaría que nos enviases un comentario contando qué es lo que más te ha gustado y qué frases tienen un significado especial para ti. Anímate, que no hay que cruzar la Pampa a caballo para hacernos llegar tus pensamientos.